Alfredo Sanzol se asoma a su ventana para contarnos la historia que contempla desde ella
Alfredo Sanzol, Premio Nacional de Literatura Dramática en 2017 por su obra La respiración, es autor y director de teatro, a lo largo de su carrera ha combinado la dirección de sus propios textos con la de los clásicos que él mismo adapta. La dirección del CDN, a partir de enero de 2020, representa un nuevo paso en una trayectoria que comenzó hace 20 años con Como los griegos, de Steven Berkoff, y en la que destacan títulos como Sí, pero no lo soy, En la luna, Días estupendos, La calma mágica, La ternura y La valentía, entre otros. Ha dirigido montajes teatrales para centros públicos como el CDN, la CNTC o el Teatro de la Zarzuela: Luces de bohemia (2018), La dama boba (2018), La calma mágica (2014), Esperando a Godot (2013) o El barberillo de Lavapiés (2019).
Desde mi ventana
Hablo cada día con mi madre. Tiene ochenta y un años, y mi madre retransmite cada día a mi tía Esther y a mi tía Carmen cómo nos encontramos. Las tres viven solas, y bueno, en estas circunstancias, vivir acompañado ayuda, pero a ellas les ha tocado estar solas, como a tantas personas en este país, casi cinco millones, según las estadísticas, y de esos cinco millones el cuarenta y dos por ciento, es decir dos millones, tiene más de sesenta y cinco años, como mi madre y mis tías, y de esos dos millones el setenta y dos por ciento, es decir, millón y medio son mujeres como mi madre, mías tías, y la madre de un amigo que cumplió años hace unos días. Mi amigo me contó que le daba mucha pena imaginar a su madre pasando su cumpleaños sin nada especial, y sobre todo sin ver a nadie, y sobre todo sin tener el contacto de nadie. Ella, como la mía, son personas que necesitan especial protección, pero un abrazo sincero y lleno de amor de veinte segundos despierta a la hormona de la oxitocina y produce un efecto terapéutico sobre cuerpo y mente, protección de la que también hace falta, así que mi amigo ideó un plan y lo puso en práctica.
Se fue a casa de su madre, abrió la puerta, y en la entrada se quitó toda la ropa y la metió en una bolsa de plástico. Sacó un bote de líquido hidroalcohólico y se lo dio por todo el cuerpo sin dejarse ni un solo trocito de piel. Se puso su mascarilla, y así, como su madre lo trajo al mundo le dijo: Mamá, ya te puedo abrazar. Se dieron un gran abrazo. Duró más de veinte segundos. Me imagino que sería emocionante. Mi amigo no me dio detalles porque es del norte, pero sí que me dijo que los dos se quedaron felices y que con esa sonrisa en la cara se volvió a vestir y se fue. Bueno, esta peste está produciendo historias que tan sólo hace un mes no podíamos imaginar y esta, la del cumpleaños de la madre de mi amigo, es la que yo he visto desde mi ventana. Un abrazo a todos.
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