La dramaturga María Prado y la ilustradora Ana Bustelo unidas en #MÁSQUEMILPALABRAS
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La dramaturga María Prado y la ilustradora Ana Bustelo unidas en #MÁSQUEMILPALABRAS

Os traemos hoy una nueva edición de #MÁSQUEMILPALABRAS, la iniciativa que promueve la colaboración entre escritura e ilustración. El segundo tándem de esta creatividad conjunta lo forman María Prado y Ana Bustelo. La dramaturga propone el texto Blanco grisáceo, en el que se ha inspirado Bustelo para realizar la ilustración Sirena.

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María Prado es dramaturga, actriz y directora teatral. Licenciada en Interpretación textual por la RESAD. Máster de Teoría y Crítica de la Cultura y Máster en Creación Teatral de la Universidad Carlos III de Madrid (España) coordinado por Juan Mayorga. En febrero de 2019, escribe y dirige Impulsos (bpm) dentro del programa “Escritos en la Escena” del Centro Dramático Nacional (España), publicada en octubre de ese mismo año. Este mismo año, realiza talleres dentro del programa DramaTOURgia coordinado por AECID y CDN en los Centros Culturales de España en Miami, México y República Dominicana.

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Ana Bustelotrabaja como ilustradora, profesión que reúne dos de sus actividades favoritas: dibujar y leer.
Actualmente disfruta de una beca de creación en La Real Academia de España en Roma, realizando un proyecto que investiga la estructura del retablo para su adaptación a la narrativa gráfica contemporánea. En sus dibujos reconoce la influencia del cine de Hollywood de los años 50 y 60.

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Una pequeña y rechoncha sirena a punto de zambullirse. Debajo de su cuerpo, mi vaso de agua
reposa sobre la mesa sin saber la que le podría caer encima. ¿Desde cuándo está ahí? Me quedo
mirando fijamente durante el que creo fue un rato largo. O quizás no tan largo. Me resulta difícil
controlar los tiempos de las cosas. Aún recuerdo cuando tenía largas vacaciones de verano y me
quedaba en casa de mi abuela. El asfalto ya hervía. Me sentaba en el balcón, dejaba colgar mis
piernas entre los barrotes. Porque mis piernas cabían entre los barrotes. Había que tener cuidado
con que no te rozaran los muslos porque enseguida se ponían incandescentes. Veía a otra niña
parecida a mí en el balcón de enfrente. A veces nos hablábamos, por señas, y nos contábamos
algo… Era… algo que ya no recuerdo. El aire no se movía. El tiempo parecía detenerse.
Sudábamos aburrimiento y calma. Dejo de mirar a la sirena, pero me esfuerzo por memorizar su
lugar en la pared. Trazo un mapa con sus coordenadas: al oeste esa foto de nuestra gira por
México, y al norte Cien años de soledad descansando sobre la balda Lack de Ikea.

Esta mañana he vuelto a visitarla. Con un nuevo vaso de agua, que he colocado estratégicamente
debajo de donde debería estar ella. Al principio no aparecía, pero al rato he conseguido verla,
ligeramente inclinada, juraría que unos cuantos grados más al sur que ayer. Me acerco y con mi
dedo comienzo a redibujarla. Su contorno se siente frío y duro. Es posible que haya pasado horas
tocándola. O a lo mejor fue un minuto. Aparto los muebles para mirar su perfil. Adhiero mi cuerpo
entero al tabique. Respiro. Escucho mi respiración que se va convirtiendo en un mar. Espiro y una
ola se aparece en la pared y la mueve. Ella se agita entre las marcas negras (¿de dónde sale toda
esta mierda?) y algunos de los desconchados. Continúo palpando la pared, ansiosa por descubrir
qué esconde este gotelé gastado de siglos. Me agarro al relieve con las yemas de los dedos. Me
desnudo. Me sumerjo en las arrugas de un océano de yeso que hace tiempo dejó de ser blanco.
Nado. Cada pliegue me acaricia con intensidad. El sol que llega desde la ventana calienta mis
muslos y algunos segmentos de pared que voy descubriendo con cada brazada. Oigo una
música a lo lejos. Debe de ser el vecino tocando la guitarra. Trato de reconocer la canción. Me
resulta tremendamente familiar. Pego mi oreja todo lo posible. Me dan ganas de gritarle para que
la toque más alto, pero me da vergüenza que se dé cuenta de esta súbita invasión de su
intimidad. No alcanzo a escuchar con claridad qué es lo que canta. Respiro y el mar blanco se
mezcla con las cuerdas de la guitarra, formando una hamaca. Me mece.

¿Había escuchado al vecino tocar la guitarra antes? ¿Es posible que no sea él? Puede que más
allá de este conjunto de ladrillos apilados haya algo que desconozco. ¿Y si lo traspasara? Cruzar
para ver qué hay después de todo esto. Busco si hay grietas, a través de las hendiduras de la
pintura vieja, presionando levemente, comprobando si cede. Me deja tocarla, pero me muestra
sus límites. Hay ciertos espacios a los que no me permite llegar. Comienzo a darle golpes suaves.
No reacciona. La golpeo con más fuerza. Algunos trozos de pintura se tambalean y caen contra el
suelo. Vibra. La música se para. Comienzo a enfadarme con esta pared mugrienta que no hace
más que enclaustrarme. La empujo, la presiono, la insulto. Trato de penetrarla con una mezcla de
ansia y rabia. Introduzco la mano que, sin casi darme cuenta, se va fundiendo con ella. Me
atrapa. Me ancla. Cuando estoy a punto de vencerme, cierro los ojos y te encuentro.

¿Estás sola?

Te miro sin querer mirarte demasiado. Tienes las piernas demasiado flacas. Observo el cielo
abierto sobre ti, la cantidad de aire para respirar a tu alrededor, sin ningún muro que te eclipse ni
un solo rayo de sol. Aunque está nublado. El yeso se licúa en mi mejilla, se convierte en una
pasta pegajosa. A través de mis lágrimas se conforma la imagen de esa figura de escayola que
hice hace… años. Una de esas manualidades para el tiempo libre. Era el genio de Aladdin
convertido en estatuilla. Creo que se rompió. Lo rompí.

¿Qué quieres?
(Silencio)
Me miras con cierta curiosidad, no sé si interés real. No se te oye la voz. Y aunque la oyera
probablemente no hables mi idioma. Sostienes con una sola mano una sonriente y andrajosa
muñeca Barbie con forma de sirena. Medio rota.

¿Dónde estás?

No consigo ver paredes a tu alrededor. No veo más que algunas lonas azules sujetas entre palos.
Llenas de agujeros. El viento podría llevárselas fácilmente volando. Y entonces no quedaría nada.
Toda tu casa se quedaría en cuatro palos clavados en esa tierra polvorienta. No veo nada que te
cubra, nada con lo que puedas defenderte de lo que pueda haber fuera. Y ya estás afuera, en la
intemperie. ¿Quién va a protegerte a ti?

Quiero atraerte a mi pared. Quiero darte esta pared. Mi pared. Para que te acoja. Para que sientas
cómo permanece, estable. Cómo nos sujeta, ¿lo ves? Es firme. (Silencio). No te mueves. Y yo
casi no puedo moverme. Ya solo al tratar de pronunciar palabras siento cómo la garganta se me
resquebraja.

Quizás si pudiera solo darte un trozo, alguno… hermoso. ¿Te gustaría? Alguno con huellas… que
relate la altura que mi hija irá alcanzando, o el espacio del cuadro que una vez colgó aquí,
enfrente de la ventana, para poder mirar lo inaprensible. Busco, palpo, araño, tratando de
encontrar la mejor parte. La de la marca del roce de la mesa de estudio, o la del sombreado de
una cabeza que se apoya mientras duerme la siesta, o esa zona con la mancha marrón del
mosquito que fue aplastado con un papel… Busco, palpo, araño. Para dártela.

Deja de observarme. Me pones nerviosa y no consigo encontrar… Dame tiempo. Algo de tiempo.
No sé cuánto… No sé cuánto tiempo puede llevarme… No, no te vayas. Espera. Dame unas
horas, unos minutos… ¡Solo un momento más!

Y te fundes a blanco grisáceo.

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Descarga el texto en PDF pinchando AQUÍ

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Si prefieres escucharlo, a continuación encontrarás el podcast recitado por la propia María Prado.

Sirena, por Ana Bustelo

Puedes descargar la ilustración de Ana Bustelo AQUÍ