Vanessa Montfort nos cuenta las dimensiones del confinamiento desde su particular ventana
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Vanessa Montfort nos cuenta las dimensiones del confinamiento desde su particular ventana

Semana a semana, observando por su ventana, Vanessa Montfort reflexiona sobre el encierro y el paso de la vida en diferido en este dietario sentimental e intelectual sobre su confinamiento: «… Y la vida, si no es en directo, pierde intensidad».

 

 

Bidimensional

Semana I

Cierro la puerta de mi arresto domiciliario. Me asomo a la que será a partir de ahora mi ventana al exterior de 50 pulgadas. Nos dicen que es la única manera. Nos dicen que si no será peor. La distancia se mide ahora en millas emocionales. Quince minutos caminando es un viaje imposible hasta los que quiero. El vecino belga del quinto se vuelve a Bruselas, me ruega que me lo quede sólo un par de semanas: tiene pienso, agua, y serrín de sobra, y me entrega la jaula. El hámster pelirrojo me olfatea incorporado sobre las patas traseras. Dejo la jaula al lado de la ventana. Ambos nos asomamos a la calle. Es una foto fija. El mundo está en pausa. El silencio se ha hecho sólido. La fuente de la plaza se apaga. Rita bosteza y se hace una bola dentro de su algodón. Y yo otra.

Semana II

Enciendo la tablet. Pincho la ventana de la rueda de prensa.  Nos dicen que de este letargo saldremos fortalecidos.  Nos dicen que sólo mueren los ancianos y que eso no es nuevo.  Y me vuelco en el trabajo, como siempre: escribo y escribo, y luego videoconferencia con mi editor, pero las pruebas del libro ya no huelen a tinta de impresora. Espera, espera… ¿ese no era uno de los síntomas del virus? (Pausa) O puede que el mundo haya perdido algún sentido. Ahora es inodoro.

Semana III

No pasa el tiempo, pasamos nosotros.  Y esto no es un arresto, es una celda de castigo.  Han empezado a clonarse los días. Por la mañana, autopsia en las redes: condolencias por los padres, por los suegros, por personalidades que no conocemos…  Preguntamos por sus edades.  Preguntamos por sus patologías previas.  Como cada tarde, vinos por WhatsApp: los veo atrapados en el cristal de mi teléfono y estiramos la copa y la choco contra el borde de la mesa, otros contra el móvil y nos damos cuenta de que resulta un poco patético… luego estiro las manos y hasta simulo un abrazo pero no, no traspasan el plano.  Me dicen que no lo llevan tan mal. Me dicen que hasta disfrutan del confinamiento, que hacen cosas que antes no hacían, hornean pan, hablan con la familia, no pierden tanto el tiempo.  (Pausa)  Me bebo la copa de un trago.

Rita come pienso y bebe a mi ritmo, la verdad es que se está poniendo un poco obesa. Y pienso, que ojalá yo fuera una estudiante de una universidad virtual, o una jugadora compulsiva de Candy Crush, o una fotógrafa de Instagram, o, no sé…  una buscadora de sexo online, permanecería enchufada a esa otra dimensión donde ya sucedía mi vida y no echaría nada de menos. Pero no… Miro por la ventana. Un camión quitanieves atraviesa la calle muda fumigando la noche. (Pausa) Y ya.

Semana IV

Conocidos que nunca te escribían te rebotan el último consejo: si tienes baja la vitamina D, la has jodido, porque eres un candidato perfecto a palmarla aunque no superes los cuarenta… Pues qué bien: improviso un banquito bajo la ventana con unas cajas de libros y me tiendo como una salamandra a las doce del mediodía. Rita, en su propio presidio, se tumba panza arriba sobre su playa de serrín caliente. La observo: que a nosotros nos ha tocado esto y no una guerra, Rita. Afortunada, ¡somos afortunadas! ¿Y lo que estamos aprendiendo? ¿Qué? (Pausa) Adaptación. Por primera vez vislumbro la línea divisoria entre el presente y el “Cuando salgamos”. Eso ya es el futuro. Sólo entonces contemplaremos lo que ha quedado en pie al retirarse la ola. (Pausa) ¿Cómo será la nueva normalidad? Supongo que ser positivo pasará a ser algo negativo; o diremos “se pega más que un coronavirus” y ni siquiera nos entenderá el boom de corona-babies que nacerá dentro de nueve meses.

Semana V

Sí están pasando cosas. Muchas. Pero en diferido. Y la vida, si no es en directo, pierde intensidad. Me subo en la cinta y corro, corro, corro, desesperadamente. Rita también se sube a su rueda en su confinamiento dentro de mi confinamiento y corre como si viera una meta, y de pronto… me alivia pensar que igual yo también dejaré de recordar que vivo en una cárcel, y que no corro hacia ninguna parte. (Pausa) Eso no estaría tan mal, ¿no? (Pausa) Entretanto, me apunto a meditación online, a yoga online, ¡enhorabuena!, me grita la aplicación que cuenta mis pasos: ¡Hoy has hecho 10.000! y sin salir del dormitorio.

Semana VI

Contra todo pronóstico, el “mando único” se asoma a mi salón desde su ventana para anunciarme un Big Bang: de pronto, mi universo se expande hasta medir un kilómetro durante una hora. «¿Y ahora qué hago yo con tanta libertad?». (Pausa) Calculo en Google Maps hasta dónde me dejan pasear. Hiperventilo. Soy incapaz de decidir mi itinerario. Corro hacia el recibidor, pero… ¡joder!, ¿de quién es ese rostro vampírico, la piel del color del papel, las ojeras que nacen del lagrimal?… No contaba con el espejo del recibidor. Necesito algo humano que me mire… y no soy yo. (Pausa) Vamos a salir, me digo desde esa ventana a mí misma. Venga, ¿qué puede pasar? Pero las dos sabemos que ese es el problema… a partir de ahora puede pasar cualquier cosa. (Pausa)  Total… tengo todo lo que necesito aquí dentro: comida, agua, luz, una temperatura óptima… y puedo seguir corriendo. Además, en algún momento va a olvidárseme todo lo que echaba de menos. ¿Meditación? ¿Para qué? ¿Para qué mirarme por dentro? He vivido lo suficiente como para saber, que si buscas dentro de cualquier cosa no encontrarás nada. Es como desmontar un reloj para encontrar el tiempo.

Semana VII

Hoy he decidido no hablar más. La voz es una dimensión inútil cuando puedes enviar un mensaje. Cierro la ventana a la hora de los aplausos sin hacer ruido, y, al hacerlo, me convierto en mi propio reflejo, plano y frío, con la ciudad silenciosa al fondo. En las ventanas de enfrente alcanzo a distinguir otros rostros como el mío, atrapados en sus presidios de cristal, cada hámster en su rueda.

Semana VIII

No puedo dormir. El sueño es otra dimensión sobrevalorada. En lugar de contar ovejas, voy a contar las palabras nuevas de mi diccionario o las que ahora contienen otro sentido. Uno útil: abrazo, alerta, antiviral, aplauso, asintomático, casa, cadena, confinamiento, contagio, conviviente, COVID, cuarentena, distancia, ERTE, EPI, epidemia, pandemia, infodemia, inflamación, inmunitario, teletrabajo, antibiótico, balcón, gota, incubación, infectado, hidroalcohólico, videollamada, curva, pico, mando único, meseta, mascarilla, movilidad, neumonía, estado de alarma, paciente cero, paliativo, patógeno, PCR, portador, residencia, respirador, restringido, sanitario, UCI, vacuna… vacuna… vacuna…

Madrid, mayo de 2020

Vanessa Montfort

 

A continuación, puedes escuchar el texto recitado por Vanessa Montfort:

 

O descargar el texto en PDF AQUÍ


Vanessa Montfort

Ha escrito una quincena de textos teatrales, seis novelas y su obra está traducida a más de diez lenguas. Entre su teatro hay títulos como Firmado Lejárraga o El hogar del monstruo (CDN), Tierra de Tiza (Royal Court Theatre, Londres) y El Galgo (Teatro Anfitrione, Roma). Como novelista destacan: La leyenda de la isla sin vozEl sueño de la crisálida o Mujeres que compran flores (Plaza y Janés), que ha llegado a alcanzar 24 ediciones en España. Es finalista al Premio Max 2020 a la Mejor Autoría Teatral por Firmado Lejárraga.